Relatos de familia



Relatos de familia



ESCRIBE: JONATAN RIVAROLA
 

 

Mi primo William Alexander me contó recientemente algo que me pareció digno de publicarlo en nuestra revista. En la escuela agro-técnica donde concurre a cursar sus estudios secundarios, tiene una habitación en la que ocurren hechos paranormales. 

 
  

Parece que todo comenzó hace unos tres o cuatro años, cuando un chico que también estudiaba en ese establecimiento tomó la decisión de suicidarse, según cuentan, por problemas familiares. Todos sus amigos fueron al velatorio, excepto uno que dormía en la habitación del internado donde el difunto chico solía dormir. Este compañero que faltó al velatorio comenzó a escuchar pasos que recorrían el pasillo, y pensó que era algún alumno que iba a pedirle algo, cosa que es muy común entre los alumnos que permanecen en calidad de internos en ese edificio, así que le respondió que pase, pero nunca pasó nadie. Luego, al querer volver a conciliar el sueño, comenzó a escuchar golpear las puertas de los armarios que hay en la otra habitación, como si se abrieran y cerraran con mucha fuerza. 

  

Lo invadió un miedo repentino, porque recordó que no podía ser posible ya que las puertas están aseguradas con candados y sólo los directivos tienen las llaves. Después escuchó a los candados golpearse contra el suelo, como si los sacaran de un golpe, y entonces se asustó mucho y salió corriendo hacia el cuarto en donde estaban sus compañeros. Cuando llegó les comentó lo que había sucedido, pero no le creyeron al principio. Fueron a ver si era verdad, y antes de llegar al lugar pudieron oír los golpes que su compañero escuchó. De inmediato buscaron al preceptor de turno, y cuando lo encontraron fueron a ver la habitación de donde venían los golpes, pero grande fue la sorpresa al ver que todo estaba en orden: las puertas de los armarios estaban cerradas con sus candados puestos. 

  

Le pregunté a mi primo si después volvieron a ocurrir estos ruidos o pasos, y me respondió que sí, comentándome que los chicos que duermen en esa habitación actualmente siguen escuchándolos. También podían oír a alguien hablando cerca de la ventana, pero nunca vieron nada, y cuando le cuentan a sus profesores o directores, ellos prefieren hablar lo menos posible del tema, porque según mi primo, ellos saben también lo que pasa, pero por alguna razón guardan silencio, tal vez para no asustar a los chicos que viven allí todo el año. 

  

Motivado por mi participación en la revista y el programa Zona Negra, mi primo William me contó una historia familiar que yo desconocía, lo que le ocurrió a su bisabuela en la casa en la que vivían en el barrio La Tablada. Una noche la mujer se despertó y se dio cuenta de que su marido no estaba en la cama. Ella sabía que el hombre se levantaba temprano para ir a trabajar, pero ese día era mucho más temprano de lo común. Entonces fue a buscarlo en la cocina, pero cuando lo vio se extrañó, porque estaba tirando sal por todas partes, desde la cocina siguió con las puertas, el pasillo, y cuando estaba a punto de preguntarle por qué hacía esto, pudo ver a través de la ventana que en la vereda del frente había a una mujer toda vestida de negro, como vistiendo una antigua ropa de luto. 

  

Según la versión familiar, era la viuda negra que quería entrar a la casa, pero que no podía gracias a que su abuelo (que según mi primo tenía como un sexto sentido para lo paranormal y se había dado cuenta mucho antes que algo malo se acercaba) empezó a tirar sal por toda la casa para protegerla de cualquier mal. La mujer de negro se quedó parada frente a la casa, mirando hacia la ventana desde la cual el matrimonio vigilaba sus movimientos. Hasta que, como dicen las creencias, empezó a amanecer y cantó el gallo. La mujer desapareció y nunca la volvieron a ver. 

  

  

  

Argelia Fermina Rivarola vive en la localidad de las Piedras Blancas, departamento Ambato, y recuerda que hace unos 17 años en su casa no había luz eléctrica, tampoco baño, siendo muy pocas las comodidades. Una noche oscura y sin luna, según me dice, se levantó junto a su hija para ir a hacer sus necesidades en un pozo que era lo que en esos tiempos se usaba como baño, cuando de pronto escuchó, no muy lejos, un silbido bastante fuerte que las dejó perplejas. Cuando miraron hacia donde provenía el silbido, pudieron divisar la silueta de un hombre en la oscuridad, que se alejaba entre los árboles. 

  

Su casa queda en el medio de dos montañas, lo que comúnmente se llama cañada, y en la dirección hacia la que la silueta se dirigía había un alambrado. Ella nunca vio que esa figura lo saltara ni se agachara para pasar... simplemente lo atravesó y desapareció en la oscuridad. De inmediato, Argelia y su hija se levantaron y corrieron hacia su hogar. Cuando le contaron lo ocurrido a su madre, esta le respondió que podría haber sido “don Eduardo Bulacios padre”, un hombre muy conocido en esa zona, que se encontraba enfermo en el hospital. Me cuenta que al otro día les llegó la noticia de que este hombre había muerto en el hospital y cuando preguntaron a qué hora falleció, se sorprendieron al escuchar que el hombre había dejado de existir tan solo unos minutos antes de que Argelia y su hija escucharan los silbidos. Ellas suponen que pudo haber sido don Eduardo que se despedía. 
 
La otra historia que me narró fue sobre su hermano mayor, cuando se marchó a trabajar en el campo. Argelia se quedó acompañando a su cuñada, que estaba sola con sus hijos pequeños, y cuando ya eran como las nueve de la noche, estando a punto de irse a dormir (recordemos que en ese tiempo no tenían luz electica) ella sola se dirigió hacia el corral que había no muy lejos. No recuerda para qué, pero cuando llegó, no pasó mucho tiempo y comenzó a escuchar ruidos de tarros chocando unos contra otros. Con la confianza que me da el hecho de entrevistar a un familiar, le dije que tal vez podrían haber sido caballos, algún animal, o simplemente el viento, pero ella desbarató mis suposiciones aclarándome que no, porque no había animales ni corría viento, aunque los tarros seguían chocando fuertemente unos contra otros, como si alguien lo hiciera a propósito. Argelia se fue helada de miedo hacia la casa, pero nunca dijo nada. Pensé en comentarle que podría haber sido algún chico travieso, pero como conozco el lugar desde hace años, yo mismo puedo dar fe de que nadie va a salir en la noche a asustar a los otros, porque las casas están muy alejadas unas de otras. Hasta el día de hoy no puede encontrar una respuesta. 

 
 







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